miércoles, 15 de mayo de 2013

El Realismo

Hacia 1850, cuando la disputa entre neoclásicos y románticos había llegado al agotamiento, emergen en la escena artística un tercer grupo en discordia: los realistas. Estos reaccionan ante la excesiva idealización de unos y otros, optando por reproducir íntegramente la realidad cotidiana. Los realistas pensaban que la historia, ya fuese clásica, medieval u oriental, no debía inspirar el arte, sino las transformaciones promovidas por la ciencia y la industria en la condición humana. Políticamente, los artistas realistas fueron republicanos entregados a la clase trabajadora.


Muy pronto los pintores franceses establecieron la siguiente ecuación: arte realista igual a arte social. Gustave Courbet (1819-1877), nieto del revolucionario y amigo personal del apóstol del socialismo, Poudhon, será la cabeza visible de este movimiento pictórico. El proletariado ocupa la atención de sus cuadros: en Los picapedreros eleva a valor de símbolo la miserable existencia de los peones camineros; en Las cribadores de trigo reivindica al obrero rural; en Las muchachas al borde del Sena denuncia la situación marginal de las prostitutas; y en La salida de los bomberos corriendo hacia un incendio expresa los accidentes laborales a que están expuestos.


El público y la crítica rechazaron estos asuntos contemporáneos, calificándolos de feos por romper con la idea convencional de elegancia que debía presidir la temática de la vida urbana o rural.

En 1850 pinta Un entierro en Ornans. Representa a medio centenar de paisanos de su pueblo natal, asistiendo al sepelio de un campesino en el cementerio. La composición y el formato enlazan con los retratos de grupo de la escuela barroca holandesa, pero los integrantes de la procesión fúnebre carecen de las poses estudiadas y de la grandilocuencia académica. Alfred Bruyas, un rico hacendado de Montpellier, será el único comprador de este arte libre, cuya fuerza reside en la pintura misma y no en el asunto representado. Fruto de la amistad que sostuvieron será El encuentro, que recoge un acto intrascendente: el saludo matinal de ambos personajes en el campo.


En 1855, ante el rechazo sistemático de sus obras por los jurados de los salones oficiales, decidió abrir un barracón frente a la entrada de la Exposición Universal de París. Lo rotula con el nombre de “Relista” y en su interior expone 43 lienzos, presididos por El estudio del pintor. En el centro, Courbet se autorretrata pintando un paisaje que le inspira su única musa, la Verdad, bajo la apariencia de una mujer desnuda. A la derecha aparecen los admiradores de sus pintura: el socialista Proudhon, el poeta Baudelaire y el coleccionista Bruyas; y la izquierda, el conjunto de la sociedad, explotadores y explotados, de cuyas costumbres debía ocuparse por igual.


Su compromiso político con la Comuna, le lleva a ocupar en 1870 el cargo de Presidente de los Museos de Francia, decretando el desmantelamiento de la Columna Vendôme, que servía de peana a una estatua de Napoleón. Restablecido el orden, fue condenado por la Asamblea Nacional a seis meses de cárcel y a pagar la reposición del monumento devastado. Courbet huye a Suiza, donde pasa sus últimos años dedicado a pintar paisajes y retratos, reflejando la realidad de forma objetiva, sin embellecerla.


1 comentario:

  1. NO PONGAS TANTOS TOCHOS, por fiiii. Que la lectura no se hace para nada amena y es un poco pesado. :)
    Saludos!

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