domingo, 19 de mayo de 2013

Las esculturas de Rodin

Renoir y Degas practicaron la escultura en la etapa final de sus vidas. En sus obras intentaron captar los efectos de la luz resbalando por los cuerpos mediante un modelado rugoso de las superficies, tal y como hacían en sus cuadros. Pero quien mejor consiguió esta impresión y que las estatuas simulasen posiciones y actitudes cambiantes fue Auguste Rodin (1840-1917), que en sus comienzos sería también rechazado en los salones oficiales, y en 1889, expondría conjuntamente con Monet en la galería George Petit.

Rodin estuvo sentimentalmente uno a los impresionistas. Reaccionó contra los modelos inmóviles que hacían los académicos. Centró su atención en la naturaleza y abandonó intencionadamente el acabado perfecto de la obra para dejar zonas pulidas junto con otras en bruto, por cuyos picos y grietas se quiebra la luz, creando un claroscuro pictórico.

Su trabajo más ambicioso fue Las puertas del Infierno, encargadas en 1880 para el futuro Museo de Artes Decorativas de París: sin embargo, el Gobierno francés canceló el proyecto y el colosal pórtico permaneció en el taller del artista, donde fue añadiéndole elementos hasta su muerte. Para extraer su iconografía se inspiró en el infierno de La Divina Comedia de Dante, y en el poemario Las flores del mal de Baudelaire. Aquí emergen, en pequeño formato, varios modelos que reproducirá más tarde de modo independiente, como Las sombras del ático o El pensador, que observa desde el dintel los horrores de los condenados que se precipitan al vacío: figuras retorcidas y llameantes que van abultándose, desde el relieve plano al altorrelieve tridimensional, y a las que transmite todas las propiedades del ilusionismo pictórico.


Otras obras memorables son Los burgueses de Calais, El beso y el retrato psicológico de Balzac, en busto y de pie, el último de los cuatro constituye su aproximación más notable al Impresionismo.


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