Los
arquitectos románticos de la primera mitad del siglo XIX revivieron
simultáneamente varios estilos históricos: el neobizantino, el
neorromántico, el neogótico, el neorrenacimiento, el neobarroco y
los derivados del arte islámico en Oriente y en España. Pero
ninguno tuvo la fuerza de imponerse sobre los demás.
Las
excelencias estéticas del medievalismo y del orientalismo fueron
divulgadas entre la sociedad burguesa por dos grandes ensayistas
europeos: el restaurados francés Eugène Viollet-le-Duc y el crítico
británico John Ruskin.
Los
ingleses, dueños de una larga tradición gótica, resucitan este
estilo en las Casas del Parlamento
de Londres, corazón físico de la democracia británica, mientras
que su imperio colonial les proporciona el exotismo, la lejanía y
las maravillosas culturas orientales, que transmiten al Pabellón
del Príncipe de Gales en
Brighton, construído bajo las pautas del arte islámico de la India.
Franceses
y alemanes prestigian también el gótico en sus edificios
religiosos, restaurando y completando catedrales inconclusas o
edificando iglesias nuevas. En cambio, prefieren el neorrenacimiento
y el neobarroco para las obras civiles. Así lo acreditan los
franceses en la homogénea red de viviendas que surcan las avenidas
radiales y bulevares de París, que partiendo del Arco del Triunfo,
en la Plaza de la Estrella, conectan
con el Museo del Louvre a través de los Campos Elíseos. Idéntico
eclecticismo siguen los alemanes con los deliciosos castillos de
cuentos de hadas que manda erigir Luis II de Baviera.
En
España, el medievalismo se regionaliza. Asturias recupera el
neorromántico en la Colegiata de Covandonga
y Cataluña el neogótico en la Universidad de Barcelona. Pero
será el neomudéjar el estilo que mejor defina el historicismo
español, reflejándose en todo el territorio nacional a través de
plazas de toros y estaciones de ferrocarril. Estos edificios se
desarrollan bajo dos principios inmutables: el uso del ladrillo como
material de construcción y un repertorio estructural y decorativo
basado en los arcos califales de la mezquita, en los paños de sebka
almohades que tapizan la Giralda
y en las yeserías de la
Alhambra.
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